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Entalto Aragón

HOGUERAS

HOGUERAS

Mi columna de ayer en el Diario La Comarca

 

La Tierra Baja se ha empapado de olor a hogueras, a leña que arde. El humo se ha adueñado estas noches del paisaje, el fuego nos vuelve a cautivar con su magia, con ese ancestral crepitar que prende por San Sebastián y las “Sanantonadas”, y mantendrá los rescoldos aún vivos hasta que claudique el mes con San Valero. En medio de ese ritual mágico y purificador, en torno a la hoguera, y siempre guarnecidos tras el bureo que se hace eco en la noche, hay tiempo para todo cuanto se nos pueda ocurrir.

Con las llamas compartimos deseos, confesiones, disfrutamos de la amistad sincera, de la “botija” y las olivas negras. Es tiempo de canto y de tradición, de subastas y de llegas, es la magia del frío invierno y el sabor de la carne asada.

Entre las llamas no hay hueco para el aburrimiento, son ritual de pasión y de leyendas, momento de trinquetes y de plazas. Hablamos de ritos ancestrales, de reencuentro y de convivencia entre los miembros de una comunidad, hablamos de recobrar el pueblo, la plaza como espacio de sociabilidad, ahora que hasta los más pequeños rincones se pierden.

Me gusta ese aroma familiar que desprenden las hogueras, su sabor añejo, a tradición de nuestros abuelos. Es una manera de disfrutar con los amigos y amigas del pueblo, los de “toda la vida”. Es ahí donde cobran sentido esas fogatas, porque se alimentan de aquello que les da sentido, el calor de las gentes.

Aunque con todo lo que vemos en estas fechas, me pregunto si no estamos banalizando en exceso nuestros ritos, si no hemos llegado a pervertirlos para que nos vean. ¿Que será de nosotros cuando imbuidos del espíritu Gran Scala, abramos las puertas de par en par para que nos invadan cuantos visitantes así lo deseen? ¿Convertiremos en cenizas nuestras tradiciones? ¿Acabaremos ardiendo en la hoguera de nuestras propias vanidades para alborozo de güiris y urbanitas trasnochados? Confío en que no, sería una pena.


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