Llorando en la distancia
Esta es tal vez la tarde más díficil desde que escribo en esta bitácora. Tal vez porque es el primer momento en las últimas 36 horas en las que he encontrado la posibilidad de sentarme ante un ordenador y dar rienda suelta al desasosiego y la tristeza que me invaden. Siento, sobre todo, y como nunca la impotencia, la rabia de la distancia, porque esta ardiendo mi tierra, ardiendo Alcorisa, el Maestrazgo, y yo estoy a más de 500 km de distancia, sin capacidad de reaccionar, de hacer nada, pendiente del móvil, de la radio, pendiente de las noticias, pero dolido como nunca en la frustración y en la impotencia, que me hieren como una punzada que me atraviesa el corazón a cada momento.
Ayer seguí impotente las evoluciones de las llamas por Ejulve, por Cañizar, Aliaga, Alloza, y seguí en directo desde la distancia el proceso de evacuación. Esta mañana temprano he seguido buscando la noticia, he escuchado la queja amarga, la rabia de Carlos, de Cañizar, que ha visto como sin medios técnicos, tenían que contener un incendio que devoraba su pueblo, sus manantiales que les dan la vida. He ido sabiendo de todos ellos, del humo que no dejaba respirar, de las lenguas de fuego, de la falta de medios, de los enfados y el duelo.
Y para colmo esta tarde se prendía fuego Alcorisa, y yo aquí, lejos, frustrado, con ganas de llorar, de gritar al mundo de mi impotencia, porque arde mi alma, me quema por dentro este dolor tan grande que siento, tan profundo y angustioso como no había llegado a sentir. Se consumen las Valles, las Lomas, el Encinar, el Mas de Isabel, el Monte de los Olmos, se consumen las estampas de mi vida, mis paisajes, mis recorridos, los lugares en los que me refugio en soledad, que recorro con mi bici, o corriendo. Mi tierra se quema, mi pequeño país se consume por las llamas, y el fuego ha saltado ya al corazón del Maestrazgo, los paisajes de mi vida desaparecen impotentes ante el avance de una lengua de fuego que los devora poco a poco. Y eso es una tragedia de proporciones bíblicas, una catástrofe natural descomunal, sin parangón.
Y mientras Natalia y yo seguimos mirando al cielo, contestando al teléfono y llorando la rabia de la distancia. Nada tiene sentido, nada se disfruta desde tan lejos, y es con toda su fuerza, en estas ocasiones cuando se despierta, aún más si cabe, la pasión por la tierra. Si supiese rezar lo haría, ahora solo nos cabe confiar en el tiempo y en los medios técnicos y humanos, y seguir consumiendonos en la distancia por la rabia y el llanto.
Que esto se pare de una vez.
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Negro -