JANOVAS
Mi columna del viernes en La Comarca
Déjenme que les hable de Jánovas, un pueblecito a orillas del Ara, en la provincia de Huesca, ubicado en el fondo de un hermoso valle. Hace más de 40 años, sus habitantes y los de los vecinos municipios de Lavelilla o Lacort, tuvieron que abandonar sus casas por la fuerza, ante la presión de las fuerzas de seguridad, que pertrechadas tras una orden dictatorial, procedieron sí o sí con un brutal desalojo. Franco vendió a Iberduero una cesión de caudales que con el tiempo paso a manos de Endesa. Pese a que nunca llego a construirse el pantano, entre 1963 y 1965 casi todos los vecinos de las poblaciones afectadas se vieron obligados a marchar. Hubo quienes bajo una fuerte presión aceptaron vender sus tierras, y otros, unos pocos, decidieron resistir en sus casas. El símbolo de esa resistencia fue la familia Garcés-Castillo, que permaneció en el pueblo hasta 1982. Solo la amenaza de la dinamita y el uso de la fuerza les obligaron a desistir de su intento.
Desde entonces ellos se convirtieron en un símbolo, en todo un ejemplo en la defensa de lo propio, en la resistencia ante los grandes embalses. Con todo, en 1992 la presa de Jánovas fue incluida en el Pacto del Agua de Aragón. Ese acuerdo contemplaba otras infraestructuras hidráulicas e incluía entre otras, las obras de Yesa, Santaliestra y Biscarrues. Por fortuna todas ellas han tropezado con la razón y con la justicia, porque más allá embalsar aguas, suponen la inundación de pueblos enteros y sus afecciones en el entorno son brutales. La lucha ante esta sinrazón dio lugar en su día a la Nueva Cultura del Agua, que hoy sigue más viva que nunca.
En 2001, una evaluación de impacto ambiental negativa sobre el viejo proyecto de Jánovas puso fin a la amenaza y salvó al río. El lunes una orden ministerial dio por extinguida la concesión de caudales del río Ara que ostentaba Endesa, y emplazó a la CHE para que iniciase el proceso de devolución de sus propiedades a todos los afectados.
Muy probablemente el próximo invierno las “banderas de humo” vuelvan a ondear en las “chemineas” de Jánovas. Lo que también es seguro, es que nadie podrá devolver a sus gentes el tiempo perdido, ni les podrá compensar por el dolor de la expulsión forzosa. Ni a ellos, ni a los miles de personas que se vieron abocados a abandonar sus casas por obra y gracia de los pantanos, y lo que es peor, sufrieron la perversión de la dinamita, que derribó todo aquello que permanecía en pie. Hoy ya es demasiado tarde para cientos de pueblos, como el vecino de Santolea, pero Jánovas ha resistido al tiempo. Lo ha hecho justo ahora, cuando todos enarbolan la bandera del “Agua y Desarrollo Sostenible”, y hay que celebrarlo porque sin duda es de lo mejor que nos podía pasar. Se lo merecen.
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