AQUI NO DIMITE NI DIOS
Mi columna de la semana pasada en La Comarca
Hay una máxima en el mundo de la justicia que reza aquello del “in dubio pro reo”, la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. Otro palabro asociado a los tribunales es el de “imputación”, una condición a la que se llega cuando existen indicios de que no se ha respetado la legalidad. Llegados a este punto, quiero decir alto y claro que me repugna el uso que se está haciendo de la justicia, sobre todo por parte de “aquellos que ejercen de infatigables reclamadores de responsabilidades políticas ajenas” (Gabilondo dixit), presumiendo de honestidad y de unos valores intachables. Cualquier político con un mínimo de decoro, debería de dimitir de forma inmediata de un cargo público, al menor indicio de que existen sombras sobre su gestión. Una imputación debería de ser suficiente para su cese y para que no volviese al desempeño de la función pública en la vida.
Estos días asistimos a un lamentable espectáculo que gira en torno a la corrupción y a la desvergüenza. La trama Gürtel y la doble vara de medir con Camps, es algo inadmisible. Se mira hacia otro lado, se le hace un mártir y se piensa que “la mejor defensa es un buen ataque”. Cabría apelar a la dignidad, pero con la dignidad se nace. Que una corte de palmeros le rindan pleitesía al líder y lo aclamen, al tiempo que el President ríe y pide para todos “una sonrisa”, es la estampa de esa España caciquil de la que nace mi desarraigo. No puedo omitir en esta apartado cuanto rodea a La Muela, proceso que desprende tal hedor, que resulta incomprensible que no se pueda hacer más. Que esa señora siga siendo alcaldesa, y lo que es peor, que no se la pueda destituir, es el colmo. El resto son brindis al sol, mientras no se rindan cuentas ante la ciudadanía, explicando el por qué de las cosas, y sobre todo el cómo.
En la vertiente de la desvergüenza y con letras mayúsculas, cabe la mención expresa a Federico Trillo Figueroa. Es imposible que un político caiga más bajo, descargando la responsabilidad sobre sus subordinados, eximiéndose de toda culpa y teniendo el rostro de seguir aferrado a su escaño. Que asco.
Y lo más descorazonador es que van pasando los días, pero aquí no dimite ni dios.
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Pablo -