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Entalto Aragón

Memoria, Dignidad y Justicia

Mi columna del Viernes pasado en La Comarca. Por cierto que recomiendo leer el artículo que escribió mi amigo Cándido Marquesán, y es que las coincidencias entre nosotros son notables.

 

 

Uno de los pocos temas que es capaz de sacarnos de la letanía de la crisis económica es la controversia que existe en torno a la Ley de la Memoria Histórica. Sobre este tema todo el mundo se permite opinar. Los hay que sin saber, y haciendo gala  de una ignorancia supina, satanizan la cuestión y pervierten la naturaleza de la iniciativa. “Eso es resucitar a las dos Españas” gritan, “estamos acabando con el espíritu de la Transición”. Aquí para todo lo que suene a controversia y cuanto haga alusión al pasado, existe el bálsamo de la Transición. Apelas al espíritu de la Transición, y resulta que todo está bien hecho. Pues va a ser que no, que no es así. Que la Transición estuvo muy bien en unas cuestiones, pero tuvo clamorosos errores en otras. Tal vez no era el momento para juzgar a todo el franquismo, pero no se le podía amnistiar por que sí. Las leyes de “punto final” no funcionan. El tiempo no restaña todas las heridas, y mucho menos las de quienes durante décadas han padecido en silencio su dolor, han llorado a sus muertos sin saber dónde yacían, y han visto acalladas sus ideas y aplacadas sus ansias de libertad  a base de golpes, de condenas y de presidio, cuando no por un pelotón de fusilamiento. ¿Qué hay pues de la justicia a la que tantos invocan en otros momentos? ¿Por qué no ahora? Algunos partidos se ofuscan en desacreditar la Ley y a Garzón ¿Qué tienen que perder? ¿Por qué en Chile y Argentina sí, y aquí no?

Los tribunales italianos exigen al gobierno alemán que indemnice a las víctimas del nazismo por los daños morales que les ocasionó el genocidio. Algunos ponen el grito en el cielo, pero que hay de aquellos que han vivido todos estos años con aquel estigma grabado en el alma. Del mismo modo también los bajoaragoneses que padecieron los bombardeos de marzo de 1938 por parte de la aviación italiana, podrían pedir ahora a Berlusconi que les indemnizase por tanto dolor. Estarían en su derecho, pero dónde empieza y acaba la ética en estas cuestiones. No es lo mismo reclamar dignidad y justicia, que pedir dinero. Aquí hablamos de dignificar a cientos de miles de españoles anónimos que reposan en cunetas, y exigirle al Estado y a la iglesia que prediquen con el ejemplo, que no distingan entre buenos y malos, que reparen de una vez tanto dolor y que enarbolen con la aplicación de la justicia, la bandera de la igualdad. Porque en el dolor y en el llanto todos somos iguales, aunque durante medio siglo aquí y en esto también haya habido clases, los vencedores y los vencidos

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