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Entalto Aragón

A mi abuela Cruz, con todo el dolor del alma

A mi abuela Cruz, con todo el dolor del alma

Se nos fue, se marchó en mitad de la noche, exhaló el último suspiro de la mano de su hija, y nos dejó para siempre. Se apagó poco a poco, con demasiado dolor, mucho más del que merecía. Se nos ha ido un ángel, una mujer llena de bondad. Se murió mi abuela Cruz, y se me ha partido el alma en mil pedazos. Hubiese deseado decirle muchas más cosas, todo lo que la quería, pero estoy seguro que eso lo ha sabido siempre. Se va una parte fundamental de mi vida, y se va dejando una huella imborrable. Le debemos muchas cosas, sobre todo le debemos el recuerdo y le debemos mantener viva su memoria. 

Me quedo con la alegría de haberla disfrutado todos estos años, y especialmente con el hecho de que pudiese conocer y disfrutar de Lorién, el último de sus 6 bisnietos, al que cuidaba algunas mañanas, en estos últimos meses. Me quedo con su amor por los suyos, con sus ganas de trabajar, con su rebeldía. Ella que añoraba su corral y su huerta, que soñaba con las visitas al Carrascal y a la Vega, con ver como crecían aquellos olivos a los que vio nacer, esas almendras que vendía cada año, y con las que siempre nos obsequiaba. Unida a su bolsa de labor, sentada en su balcón y de espaldas a la Calle Baja, su calle, su vida. Su esquina del Ángel en verano, su tertulia con las vecinas, sus guiñotes en el polivalente a duro el coto. 

Su recuerdo son tantas cosas, su casa llena de rincones, sus secretos, sus galletas para todos, y esas cervecicas que guardaba en la nevera, o el porrón con el que obsequiaba a quienes hacíamos el Arco del Santo Ángel. Ese que ya nunca será el mismo. Me quedo con los sabores de su cocina de toda la vida, con su gusto por hacer las cosas bien. Me quedo con ese forma de ser austera, ajena al lujo propio, pero dispuesta a darlo todo a los demás.   Recordamos todas esas comidas en aquel comedor tan nuestro, con los suyos, con todos los suyos que la hemos querido y arropado siempre. En el postre sus sobres con nuestros nombres, siempre para todos un detalle, nos lo dio todo. 

Se nos fue el día de la Mujer Trabajadora, que paradoja. Ella que no ha hecho otra cosa que trabajar en su vida, que lo dio todo por los demás, nos dejó en semejante fecha, y ello servirá para mantener vivo su recuerdo siempre. Recordaremos su aventura en aquella Barcelona de los años 30, sus sinsabores durante la guerra, aquella en la que tuvo que ejercer de enfermera. Su amor eterno a nuestro abuelo Agustín, y su etapa en el cine Goya con la familia Espada, llevando aquel Ambigú en el que tan famosos y recordados se hicieron sus bocadillos. No olvidaremos cuando compró su piso en el Carmel, o el Carrascal al que fuimos de pequeños en esas inolvidables vacaciones y aquellos refrescantes baños. Como amó y se entregó a su tierra, a su huerta, a los suyos, su vida. Y como conseguimos que disfrutase de su vejez, de su merecido descanso.

Seguiría contando tantas cosas, hablando de tantas sensaciones, pero mejor lo dejo aquí que ya se me quiebra la voz, que ya tengo ese nudo en el alma y me puede la emoción. 

Se apagó una luz más de la calle Baja, otro ángel que se nos va al cielo, a su cielo, a ese en el que le espera su querido Agustín. Disfrútelo, descanse y vele por los suyos, los que nos quedamos aquí recordando la inmensidad de su ser y de su cariño.

Ya sabe que no la olvidamos, que la queremos y que la echamos tanto de menos como no es posible. Sea feliz, nosotros procuraremos serlo.

 

2 comentarios

Luis Pastor -

Lo siento Ángel, estas cosas nos hacen ver lo importante que son esos pequeños detalles que solo recordamos cuando nos falta alguien importante.
Salud compañero

Dani -

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